No basta con vivir el ahora, ni con saber que el ahora es todo lo que existe, es preciso comprenderlo y explicarlo. No pretendo desarrollar una nueva teoría sobre la Vida, el Universo o el Todo. Dejo eso para los que dicen que saben, los especialistas, profesores, filósofos, maestros, iluminados. Soy solo un poeta que, con toda sencillez, les invita a iniciar una investigación sobre el movimiento que, revolución completamente distinta a todas las conocidas, comienza con el darse cuenta de la importancia que tiene el comprender el ahora.

El idealista

Cuando el escritor se retiró volvió el idealista, con su ambición. El escritor pudo ser un mero instrumento para ganarse la vida, pero en el momento en que pretendió convencer o triunfar no fue sino una recreación del idealista que nació de la crisis existencialista en la primera juventud. Me hice consciente de que sufría y de que ese sufrimiento no era ajeno al sufrimiento de los demás. La pregunta era: ¿puede terminar el sufrimiento humano? Pero el sufrimiento no se apaga con teorías, con ideologías o con doctrinas, que son formas de huida, sino mirándolo cara a cara. 

No me quedé con el dolor de la pregunta, como ahora, sino que elegí una respuesta. Primero supuse una causa y de esta extraje la conclusión y mi particular solución (que no era sino la solución de mi tiempo) aconsejado por los compañeros. Debatíamos con urgencia caminando por las calles y parques de nuestro barrio, buscando, decidiendo que había que luchar contra la opresión de la dictadura cuando apareció la teoría perfecta. Perfecta pues no solo nos ofrecía una salida para lo inmediato, sino la respuesta al sufrimiento humano en un paraíso de futuro. La revolución social y política crearía otra sociedad y esta daría a luz al nuevo hombre. Del sentimiento trágico de la vida de Unamuno y de La Náusea de Sartre pasamos a los libros de Engels y Marx.

Pero no comprendía que el futuro es proyección del pasado y que, por eso, ninguna teoría, ninguna doctrina, ninguna ideología pueden ser completamente revolucionarias, ya que no afectan al ser humano en su totalidad. La revolución o es totalmente ahora o se trata de un escape, una simple treta del pensamiento aburrido de su propia futilidad y rutina.

El idealista permaneció agazapado en los pliegues oscuros de mi conciencia durante toda mi vida, proyectando en lo que era lo que deseaba ser. En los períodos de desengaño y nihilismo se mostraba como reacción. En los periodos de activismo, como una ansiosa acción que no era sino otra forma de reacción. No había creatividad, solo reacción.
Con o sin ilusión, con esperanza o sin ella vivía en un círculo vicioso en el que creía compartir con los otros algo más que imágenes, ideas, sueños, visiones del mundo… Pero la energía del ahora, la acción creativa, no podía ser mientras alentara una ilusión. Según nacían las destruía. Solo quedó el esqueleto del yo que se regeneraba a sí mismo como las cabezas cortadas de una hidra. Nació entonces la ilusión del amor como un deseo anclado en el vacío. Pero no me bastaba, no quería sucedáneos porque había sentido de verdad el sufrimiento humano y ahora ya no había vuelta atrás. El amor o la muerte, no más simulacros.

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