Había trabajado durante muchos años para llegar a ser un escritor y ahora ya no le importaba si los demás reconocían su valía. Era un escritor independientemente de lo que los demás pensaran. Subsistía, sin embargo, el miedo a no ser lo que había imaginado que era.
Era consciente del trabajo realizado y de lo que aún quedaba por hacer, pero los acontecimientos se habían puesto en contra.
Se sentía incontaminado por el hecho de no haber participado en la corrupción del régimen social establecido y esto le proporcionaba cierto sentimiento de superioridad con respecto a sus colegas. Pensaba que esta era la causa principal de su no reconocimiento, de su anonimato.
Todo su sistema de pensamiento se vino abajo cuando entró en depresión. Quizá no era tan valioso como él creía. Quizá había estado perdiendo el tiempo todo estos años de arduo y solitario trabajo.
Escribió:
Como la llamarada que quema en un instante el árbol en un incendio, primero fue el miedo terrible, profundo y negro como un pozo. Y me quedé vacío, sin certezas, sin pasado ni futuro al que asirme. Luego, vinieron los lamentos y los lloros.
El yo se rinde, se siente fracasado y se rinde y, sin embargo, no se ve a si mismo como causa y centro de su desgracia, no ve sus límites: la radical inseguridad del que busca la seguridad absoluta. Porque en buscarla se basaba todo mi trabajo de escritor, no en el deseo de ser reconocido y famoso.
No importaba si había motivos reales, causas objetivas para sentirse fracasado, lo que cuenta es el sentimiento de fracaso en sí, que sin fuerzas para seguir se resiste a ver sus límites. En el fondo de sí mismo anhela lo contrario y la falta de fuerzas para lograrlo lo hunde más y más en ese pozo. Rectificaría si pudiera, cambiaría los hechos si tuviera fuerzas, sigue sin ver que él es la causa de su mal.
Frente al fracaso siempre encontrará un motivo para sobrevivir, para perpetuarse, para no quemarse completamente en aquella primera llamarada.
Pero la muerte llegó y cortó definitivamente el hilo del pasado que me unía a su fracaso. Sin pasado no hay yo. Se acabó la depresión.
¿Era verdad que ya no tenía nada por lo que luchar y que, por lo tanto, era libre para actuar? ¿O era una nueva treta del yo que se había transformado en un nuevo deseo, una nueva proyección, un nuevo objetivo camuflado? Sentía que era preciso investigarlo.
Estos mismos escritos, agrupados bajo el título Comprender el ahora, que relataban la negación de aquel primer objetivo (dedicar su vida a convertirse en escritor) y que le ofrecían continuidad tras el desengaño, quizá estaban motivados por un nuevo intento de reconocimiento.
El deseo de la muerte del yo sigue siendo el yo.
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El río de la vida
Burbujas de conciencia-luz rodeadas de negrura (conciencia-olvido) de la primera niñez van tomando forma, uniéndose para formar una historia. Aunque historia, propiamente dicha, no existe hasta que tenemos un propósito, un objetivo de vida. Para mí, ya lo conté, fue la voluntad de convertirme en escritor. Para lo cual eran necesarios unos objetivos técnicos, aprender el oficio, a los que se añadieron unos objetivos espurios: querer triunfar, ser reconocido.
La historia no abarca toda la vida. La realización o negación del objetivo no pone fin al río de la conciencia y a su centro el yo. Persiste en las burbujas de luz, generados como chispazos de conciencia toman de la memoria su energía, aunque ocasional o permanentemente sean olvidados, arrumbados a las zonas oscuras como arrugas entre los campos hinchados del yo soy.
Es necesario ver todo el río para que pueda tener un final, es necesario un final para poder ver todo el río, su discurrir y sus burbujas de conciencia con su carga de deseo, rechazo, satisfacción o temor.
No olvidarás lo que le ocurrió a tu cuerpo o a tu mente en un momento determinado de tu vida. Termina el discurrir de la conciencia y de su centro, el ego.
La historia no abarca toda la vida. La realización o negación del objetivo no pone fin al río de la conciencia y a su centro el yo. Persiste en las burbujas de luz, generados como chispazos de conciencia toman de la memoria su energía, aunque ocasional o permanentemente sean olvidados, arrumbados a las zonas oscuras como arrugas entre los campos hinchados del yo soy.
Es necesario ver todo el río para que pueda tener un final, es necesario un final para poder ver todo el río, su discurrir y sus burbujas de conciencia con su carga de deseo, rechazo, satisfacción o temor.
No olvidarás lo que le ocurrió a tu cuerpo o a tu mente en un momento determinado de tu vida. Termina el discurrir de la conciencia y de su centro, el ego.
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