Ahora se daba cuenta de que la depresión durante estos últimos meses era el final de un proceso que había durado muchos años. Empezó en la Transición política, después del primer desengaño, cuando decidió convertirse en escritor. Tenía entonces veinticuatro años; ahora, sesenta. Ese largo y sostenido esfuerzo por llegar a convertirse en escritor y obtener reconocimiento y éxito había llevado su cerebro y su cuerpo al agotamiento físico y a la depresión.
El objetivo tenía una parte técnica, de aprendizaje del oficio, ineludible, necesaria, pero nunca aceptó las condiciones que se le imponían por el stablishment surgido de la componenda del 78. Era necesario aprender el oficio y lo hizo hasta la extenuación. Luego, descubrió que no era suficiente para tener obtener un mínimo de reconocimiento profesional. Lo que le había destruido (se decía, aunque había más elementos) había sido no querer entrar en el juego sucio de los compadreos de los profesionales. Se negó a ser un profesional. Vivió como un anacoreta, un alquimista o sabio loco, lo que le hizo ser un escritor ausente de su tiempo, a la espera quizá de un descubridor de talentos, esa esperanza subsistía. Nadie renunciará a sus privilegios de casta una vez adquiridos en nombre de la revolución.
Hasta que enlazó, sin futuro como ellos, con los jóvenes de su época en plena degeneración del 78. Aunque llegó quizá demasiado poeta incorrupto para esa renovación. La depresión le había entregado a la muerte, a la radical revolución. Algo es mejor que nada pero él lo quería todo. Lloraba sin motivo, nada le importaba. La muerte le había arrasado por dentro quemando su pasado y produciendo una verdadera mutación. Quedó con alma de mendigo.
Ya no le valía cambiar unos sueños por otros. Todo sueño, toda esperanza es un lastre: la comprensión de esta verdad es la verdadera revolución que han padecido muchos jóvenes en propia carne, a pesar de la intensiva propaganda de los intelectuales de mi generación a su favor.
Ahora es acción no controlada por los sistemas ideológicos y fluye libre, incontaminada. Ahora es orden no impuesto, al margen de toda institución y contrainstitución, diques que detienen la corriente incontrolable de la creatividad y de la inteligencia colectiva.
La liberación del objetivo produjo ligereza, libertad… pero aún no se había desprendido de todo el contenido de la conciencia. Burbujas aisladas afloraban aquí y allá en los márgenes de su historia. La conciencia de ser, las mantenía a flote en la corriente de la vida. Vislumbraba entre estos chispazos de luz, en un nivel más profundo, corrientes, remolinos, plegamientos oscuros que indicaban una cierta agitación interna de identificación con los contenidos del yo.
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El idealista
Cuando el escritor se retiró volvió el idealista, con su ambición. El escritor pudo ser un mero instrumento para ganarse la vida, pero en el momento en que pretendió convencer o triunfar no fue sino una recreación del idealista que nació de la crisis existencialista en la primera juventud. Me hice consciente de que sufría y de que ese sufrimiento no era ajeno al sufrimiento de los demás. La pregunta era: ¿puede terminar el sufrimiento humano? Pero el sufrimiento no se apaga con teorías, con ideologías o con doctrinas, que son formas de huida, sino mirándolo cara a cara.
No me quedé con el dolor de la pregunta, como ahora, sino que elegí una respuesta. Primero supuse una causa y de esta extraje la conclusión y mi particular solución (que no era sino la solución de mi tiempo) aconsejado por los compañeros. Debatíamos con urgencia caminando por las calles y parques de nuestro barrio, buscando, decidiendo que había que luchar contra la opresión de la dictadura cuando apareció la teoría perfecta. Perfecta pues no solo nos ofrecía una salida para lo inmediato, sino la respuesta al sufrimiento humano en un paraíso de futuro. La revolución social y política crearía otra sociedad y esta daría a luz al nuevo hombre. Del sentimiento trágico de la vida de Unamuno y de La Náusea de Sartre pasamos a los libros de Engels y Marx.
Pero no comprendía que el futuro es proyección del pasado y que, por eso, ninguna teoría, ninguna doctrina, ninguna ideología pueden ser completamente revolucionarias, ya que no afectan al ser humano en su totalidad. La revolución o es totalmente ahora o se trata de un escape, una simple treta del pensamiento aburrido de su propia futilidad y rutina.
El idealista permaneció agazapado en los pliegues oscuros de mi conciencia durante toda mi vida, proyectando en lo que era lo que deseaba ser. En los períodos de desengaño y nihilismo se mostraba como reacción. En los periodos de activismo, como una ansiosa acción que no era sino otra forma de reacción. No había creatividad, solo reacción.
Con o sin ilusión, con esperanza o sin ella vivía en un círculo vicioso en el que creía compartir con los otros algo más que imágenes, ideas, sueños, visiones del mundo… Pero la energía del ahora, la acción creativa, no podía ser mientras alentara una ilusión. Según nacían las destruía. Solo quedó el esqueleto del yo que se regeneraba a sí mismo como las cabezas cortadas de una hidra. Nació entonces la ilusión del amor como un deseo anclado en el vacío. Pero no me bastaba, no quería sucedáneos porque había sentido de verdad el sufrimiento humano y ahora ya no había vuelta atrás. El amor o la muerte, no más simulacros.
No me quedé con el dolor de la pregunta, como ahora, sino que elegí una respuesta. Primero supuse una causa y de esta extraje la conclusión y mi particular solución (que no era sino la solución de mi tiempo) aconsejado por los compañeros. Debatíamos con urgencia caminando por las calles y parques de nuestro barrio, buscando, decidiendo que había que luchar contra la opresión de la dictadura cuando apareció la teoría perfecta. Perfecta pues no solo nos ofrecía una salida para lo inmediato, sino la respuesta al sufrimiento humano en un paraíso de futuro. La revolución social y política crearía otra sociedad y esta daría a luz al nuevo hombre. Del sentimiento trágico de la vida de Unamuno y de La Náusea de Sartre pasamos a los libros de Engels y Marx.
Pero no comprendía que el futuro es proyección del pasado y que, por eso, ninguna teoría, ninguna doctrina, ninguna ideología pueden ser completamente revolucionarias, ya que no afectan al ser humano en su totalidad. La revolución o es totalmente ahora o se trata de un escape, una simple treta del pensamiento aburrido de su propia futilidad y rutina.
El idealista permaneció agazapado en los pliegues oscuros de mi conciencia durante toda mi vida, proyectando en lo que era lo que deseaba ser. En los períodos de desengaño y nihilismo se mostraba como reacción. En los periodos de activismo, como una ansiosa acción que no era sino otra forma de reacción. No había creatividad, solo reacción.
Con o sin ilusión, con esperanza o sin ella vivía en un círculo vicioso en el que creía compartir con los otros algo más que imágenes, ideas, sueños, visiones del mundo… Pero la energía del ahora, la acción creativa, no podía ser mientras alentara una ilusión. Según nacían las destruía. Solo quedó el esqueleto del yo que se regeneraba a sí mismo como las cabezas cortadas de una hidra. Nació entonces la ilusión del amor como un deseo anclado en el vacío. Pero no me bastaba, no quería sucedáneos porque había sentido de verdad el sufrimiento humano y ahora ya no había vuelta atrás. El amor o la muerte, no más simulacros.
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