No basta con vivir el ahora, ni con saber que el ahora es todo lo que existe, es preciso comprenderlo y explicarlo. No pretendo desarrollar una nueva teoría sobre la Vida, el Universo o el Todo. Dejo eso para los que dicen que saben, los especialistas, profesores, filósofos, maestros, iluminados. Soy solo un poeta que, con toda sencillez, les invita a iniciar una investigación sobre el movimiento que, revolución completamente distinta a todas las conocidas, comienza con el darse cuenta de la importancia que tiene el comprender el ahora.
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Primer acercamiento

El primer acercamiento es puramente vivencial, el ahora se vive como sensación, abarca lo emocional, lo sensible, lo físico. Es el estado natural de inocencia infantil. Todos lo hemos vivido.

Muchos autodenominados iluminados regresan a ese primer estadio y ahí se quedan. No es que haya que evolucionar en ninguna dirección. Eso está siempre ahí. Es el éxtasis de la vida, la percepción de la belleza, de la perfecta relación entre la luz y las sombras, la armonía de la forma en la materia, en las montañas, los valles, la fuerza incontrolable de las tormentas y el cielo, la sensación del agua del río sobre la piel, los primeros escalofríos del sexo, el placer de estar vivo. Todo lo cual es velado por el condicionamiento de la educación, las costumbres, la cultura.
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Nos reunieron a todos los alumnos en aquel sótano oscuro y frío, los maestros, para elegir nuestro regalo de navidad
entre un montón caótico de juguetes, entre la barahúnda de la lucha de los más fuertes entre sí y de estos contra los débiles. Yo no encontraba el momento de intervenir, quizá debido a que era de los más pequeños, a mi timidez o al estupor que me producía aquel magnífico espectáculo de codazos, pisotones, quítate tú para ponerme yo, que nos habían preparado nuestros insignes maestros. Había que mostrarse, salir de uno mismo y elegír. Fui uno de los últimos en hacerlo como, luego, me ocurrió durante toda la vida. Nunca se mostró con tanta claridad lo que sería vivir en una sociedad como la nuestra: se me ofreció la competición entre los míos como única forma de conseguir lo que me correspondía.
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Aparte de los crueles maestros, no importa si su violencia es física o psicológica, no importa si su método se basa en el castigo o en la recompensa, aquella inocencia fue matada por los sucios sacerdotes, con sus imposiciones del sentimiento de culpa y arrepentimiento. La primera comunión. Ahora  veo cómo transformaron el mensaje de amor del manso crucificado en actos de rencor a la vida. Y aunque aquello no duró demasiado el mal estaba para siempre hecho.
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Nunca fui el fuerte, quizá por eso fui un rebelde y, por eso, fui castigado por la autoridad cuando preferí seguir a los compañeros antes que a los sacerdotes y a los maestros. Preferí el futbolín al colegio, el ruido de la calle al silencio impuesto de las academias, el olor a basura al sudor rancio de
las instituciones, el fluir del río a los mármoles de los templos.

Aprendemos a competir entre nosotros por conseguir el mejor regalo, a sentir culpa, a huir del castigo, a aceptar la autoridad sin rechistar o a rebelarnos contra ella y quedamos atrapados en aquellas primeras experiencias. Grabadas a sangre y fuego en la conciencia me hicieron como soy, pero también, y esto es importante: me hicieron lo que soy. Yo soy eso y no la conclusión del razonamiento o conocimiento de un especialista, un profesor, un maestro, un iluminado. Es ahí donde tengo que mirar ahora... en las experiencias acumuladas hasta crear un velo impenetrable para la luz, para la vida. 

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Con el tiempo tendremos incluso una concepción del mundo. Qué gran cosa, un arma para combatir contra las demás visiones del mundo. En mi caso, para huir de la angustia de vivir, fui existencialista antes de abrazar el marxismo. De Sartre a Marx, tal y como era común en mi época.

Tras el desengaño, algunos se quedaron atrapados en la idea de salvadores, caí en un absoluto nihilismo, en el caos autodestructivo. Lo cual no era sino resultado del excesivo control de la ideología sobre la vida. Toda ideología es una conclusión, una solución particular a los problemas de los seres humanos. Una solución basada en el conocimiento, en el pasado y proyectada hacia el futuro. Es la negación del presente, de la vida que fluye y nunca se estanca. La solución era vivir el ahora simplemente pero, al no comprenderlo, la vida física se transformó en destrucción y muerte. El desarreglo de todos los sentidos que me llevaría a convertirme en un santo, en un vidente (según la prescripción de Rimbaud) estuvo a punto de acabar literalmente con mi vida. Tomé toda clase de drogas, frecuenté a los ángeles de la mala vida, hasta convertirme yo mismo en un ángel caído.

En ese estado de caos autodestructivo me encontraba cuando una noche, camino del suicidio, me encontré con J., la que fue y es mi compañera. Con ella y otras amigas suyas vivía cuando se produjo el segundo acercamiento que conté al principio.

El idealista

Cuando el escritor se retiró volvió el idealista, con su ambición. El escritor pudo ser un mero instrumento para ganarse la vida, pero en el momento en que pretendió convencer o triunfar no fue sino una recreación del idealista que nació de la crisis existencialista en la primera juventud. Me hice consciente de que sufría y de que ese sufrimiento no era ajeno al sufrimiento de los demás. La pregunta era: ¿puede terminar el sufrimiento humano? Pero el sufrimiento no se apaga con teorías, con ideologías o con doctrinas, que son formas de huida, sino mirándolo cara a cara. 

No me quedé con el dolor de la pregunta, como ahora, sino que elegí una respuesta. Primero supuse una causa y de esta extraje la conclusión y mi particular solución (que no era sino la solución de mi tiempo) aconsejado por los compañeros. Debatíamos con urgencia caminando por las calles y parques de nuestro barrio, buscando, decidiendo que había que luchar contra la opresión de la dictadura cuando apareció la teoría perfecta. Perfecta pues no solo nos ofrecía una salida para lo inmediato, sino la respuesta al sufrimiento humano en un paraíso de futuro. La revolución social y política crearía otra sociedad y esta daría a luz al nuevo hombre. Del sentimiento trágico de la vida de Unamuno y de La Náusea de Sartre pasamos a los libros de Engels y Marx.

Pero no comprendía que el futuro es proyección del pasado y que, por eso, ninguna teoría, ninguna doctrina, ninguna ideología pueden ser completamente revolucionarias, ya que no afectan al ser humano en su totalidad. La revolución o es totalmente ahora o se trata de un escape, una simple treta del pensamiento aburrido de su propia futilidad y rutina.

El idealista permaneció agazapado en los pliegues oscuros de mi conciencia durante toda mi vida, proyectando en lo que era lo que deseaba ser. En los períodos de desengaño y nihilismo se mostraba como reacción. En los periodos de activismo, como una ansiosa acción que no era sino otra forma de reacción. No había creatividad, solo reacción.
Con o sin ilusión, con esperanza o sin ella vivía en un círculo vicioso en el que creía compartir con los otros algo más que imágenes, ideas, sueños, visiones del mundo… Pero la energía del ahora, la acción creativa, no podía ser mientras alentara una ilusión. Según nacían las destruía. Solo quedó el esqueleto del yo que se regeneraba a sí mismo como las cabezas cortadas de una hidra. Nació entonces la ilusión del amor como un deseo anclado en el vacío. Pero no me bastaba, no quería sucedáneos porque había sentido de verdad el sufrimiento humano y ahora ya no había vuelta atrás. El amor o la muerte, no más simulacros.
 
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