No basta con vivir el ahora, ni con saber que el ahora es todo lo que existe, es preciso comprenderlo y explicarlo. No pretendo desarrollar una nueva teoría sobre la Vida, el Universo o el Todo. Dejo eso para los que dicen que saben, los especialistas, profesores, filósofos, maestros, iluminados. Soy solo un poeta que, con toda sencillez, les invita a iniciar una investigación sobre el movimiento que, revolución completamente distinta a todas las conocidas, comienza con el darse cuenta de la importancia que tiene el comprender el ahora.
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Los adultos me daban miedo

El mismo verano del pajarillo muerto entre las manos, los amigos de mis padres organizaron una fiesta. Después de comer y beber, al chistoso del grupo se le ocurrió organizar una procesión, pero como no tenían santo de palo, o consideraron idolatría utilizar uno de la capilla, a alguien se le ocurrió que el santo podría estar vivo. Quién mejor que un inocente niño. Cogieron una tabla del aula y me subieron a ella sentado en una silla, envuelto en una sábana. A mi alrededor ellos cantaban y reían con velas encendidas en las manos. Me llevaron por el pasillo desde el aula a la capilla. Yo estaba aterrorizado con la idea de caer desde la tabla, que se movía  al compás de los borrachos, al suelo. No fue la última vez que alguien me subió a una mesa siendo yo un niño, solían hacerlo mis tíos y primos mayores en sus fiestas familiares para que contara chistes y, luego, en el extremo de la euforia y de las risas del vino me lanzaban al aire. Temía que antes o después me dejaran caer al suelo.

Antes y después, muchas veces me dejaron caer al suelo. Sin embargo, no ha ocurrido nunca ahora.

Muchas veces fue dejado caer, abandonado por los hombres, por el mundo, jamás por Ella. Aunque, luego, fui viendo que Ella no atendía siempre a los ruegos de su niño mimado. No bastaba con sentarse a esperar sobre la tarima como si uno fuera un santo. Los demás, que solo pretendían reírse un rato, ni siquiera estaban dispuestos a pagar por ello. Era preciso darles lo que esperaban, no cualquier cosa que a mi se me ocurriera. Pero para entregarles aquello que deseaban recibir tenía que volver a la tierra y ser como ellos. Y yo seguía en la tarima, sobre la mesa.

La timidez

Bajaba a oscuras las escaleras y me asomaba por la rendija de la puerta a la luz de la calle. Vigilaba que no hubiera nadie que pudiera burlarse de mi delgadez, de mi cabeza rapada, y cuando no veía a nadie corría hasta la esquina que daba a la alameda. A veces podía oír detrás de mí, en mi veloz huida: ¡Ea, ahí va relámpago!

Una vez solo, me paraba, respiraba hondo y, ya en el mirador, gozaba de la belleza de los valles y las montañas sin sombra de humillación en la memoria. En esas lejanías me sentía a salvo. Aquella belleza no había sido creada por ellos, ni por mí. Nadie podía entenderlo, solo el éxtasis podía. Pero el éxtasis solo dejaba cenizas, percepción de ser, conciencia de haber sido. Ni un recuerdo en que apoyarse, ni memoria del camino.

La timidez me llevaba a crear espacios aislados, para no ser herido. Una reacción al miedo a ser lastimado.

Ahora comprendo que ese espacio existe, es real como la luz de la pantalla en que leo, pero, también, que no es un espacio separado del mundo. Su aislamiento es resultado de la huida (de la soledad del portal a la soledad del mirador), de la creación de un espacio intermedio (la calle, el sarcasmo de los vecinos, mi humillación, la misma huída).
Ahora, que el niño ya no corre, no se esconde, no tiene miedo a ser humillado, ha abierto de par en par la puerta y la luz, que antes se colaba por la rendija de su guarida prometiendo un mundo nuevo, ha descubierto todo un mundo más allá de los límites del monitor.

Burbujas de conciencia

Se levantan las patas de la mula
En el aire el grito de alerta del jinete
Contra la boca del estómago del niño
la pezuña rompe el hilo del aliento

abrazo del oscuro abismo

al otro lado, sol, el murmullo
y la humedad viva del río
la atención de los presentes
miedo y suspiros de alivio:
al fin, regresa el niño.

No hay aparentemente ni un antes ni un después, solo una burbuja de luz rodeada de negrura.

...
Burbujas de conciencia-luz rodeadas de negrura (conciencia-olvido) de la primera niñez van tomando forma, uniéndose para formar una historia. Aunque historia, propiamente dicha, no existe hasta que tenemos un propósito, un objetivo de vida.
 
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