Era el momento de la decisión. No había duda. Hasta el momento mi vida de los últimos años había discurrido en una determinada dirección. Ahora al cerrarse aquel camino era preciso volver a donde todo había empezado.
Caminaba solo por la zona donde solíamos vernos sin quedar previamente: la biblioteca y los bares que la rodeaban. No encontré a nadie y aproveché para dar un paseo. Necesitaba reflexionar a solas.
Proyecté mi futuro a partir de una historia truncada, el proyecto fracasado de una urgencia inventada. Yo era un artista, un músico, un poeta, un revolucionario no un político. Pero todo lo había abandonado, disuelto en una militancia acuciante y obsesiva. Tenía que recuperar los años perdidos. Todo mi esfuerzo se centraría en ello, el objetivo estaba claro. Triunfar sería solo el resultado de un trabajo bien hecho. Luego, comprobaría que el éxito profesional no se obtiene por el trabajo bien hecho sino por la capacidad de amoldarse a lo establecido. En este caso, tras los cuarenta años de dictadura, al nuevo discurso político de la transición sometido a los intereses del mercado e inventado por los arribistas oportunistas de turno. Pero esta es otra historia.
Había puesto toda mi voluntad y mi esperanza, mi futuro en la consecución de una sociedad que pudiera dar a luz a una humanidad nueva. Para que esa sociedad fuera tenían que cumplirse las condiciones que el partido había dictaminado según su teoría, que se calificaba a sí misma de materialista y científica. Ahora veía que esas condiciones no se cumplían, que todo había sido imaginación, fantasía, deseo disfrazado de ciencia. Tomé la decisión en el momento, tras el desengaño ideológico y político para sobrevivir a lo que todavía consideraba como una traición a mis ideales.
Toda historia está compuesta de un primer momento que se despliega, en una cadena aparentemente imposible de romper, en posteriores momentos condicionados por el aquel primero.
Todo momento condiciona el porvenir hasta el instante del rayo, en que es visto como lo que realmente es. La decisión de aquel momento fue el trasfondo que subyace a todo lo que he hecho después.
Para borrar mi pasado primero utilicé el martillo de filosofar de Nietzsche, luego, el bisturí de Henri Miller, más tarde, el inmenso y razonado desarreglo de Rimbaud. Después, fue el rayo del instante. La clara y completa percepción del momento borra, como la ola sobre la arena, todas las huellas.
Definición:
Tomo aquí la segunda y sobre todo la tercera acepción de “momento” de María Moliner. Según la primera, momento e instante son sinónimos.
1 m. Punto en el *tiempo: ‘La velocidad de un móvil en un momento dado’. 1 Instante.
2 Porción pequeña de tiempo. No admite ninguna determinación de cantidad: ‘Me falta un momento para acabar. Llegará dentro de un momento. Se ha marchado hace un momento’
3 (sing. o pl.) Tiempo de extensión indeterminada (unos segundos, unos minutos, unas horas, unos días, unos meses y hasta unos años) en que ocurre o se hace cierta cosa: ‘No es momento ahora para discutir. Pasamos entonces unos momentos de angustia’. 1 Instante[s].
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Algo es mejor que nada
Ahora se daba cuenta de que la depresión durante estos últimos meses era el final de un proceso que había durado muchos años. Empezó en la Transición política, después del primer desengaño, cuando decidió convertirse en escritor. Tenía entonces veinticuatro años; ahora, sesenta. Ese largo y sostenido esfuerzo por llegar a convertirse en escritor y obtener reconocimiento y éxito había llevado su cerebro y su cuerpo al agotamiento físico y a la depresión.
El objetivo tenía una parte técnica, de aprendizaje del oficio, ineludible, necesaria, pero nunca aceptó las condiciones que se le imponían por el stablishment surgido de la componenda del 78. Era necesario aprender el oficio y lo hizo hasta la extenuación. Luego, descubrió que no era suficiente para tener obtener un mínimo de reconocimiento profesional. Lo que le había destruido (se decía, aunque había más elementos) había sido no querer entrar en el juego sucio de los compadreos de los profesionales. Se negó a ser un profesional. Vivió como un anacoreta, un alquimista o sabio loco, lo que le hizo ser un escritor ausente de su tiempo, a la espera quizá de un descubridor de talentos, esa esperanza subsistía. Nadie renunciará a sus privilegios de casta una vez adquiridos en nombre de la revolución.
Hasta que enlazó, sin futuro como ellos, con los jóvenes de su época en plena degeneración del 78. Aunque llegó quizá demasiado poeta incorrupto para esa renovación. La depresión le había entregado a la muerte, a la radical revolución. Algo es mejor que nada pero él lo quería todo. Lloraba sin motivo, nada le importaba. La muerte le había arrasado por dentro quemando su pasado y produciendo una verdadera mutación. Quedó con alma de mendigo.
Ya no le valía cambiar unos sueños por otros. Todo sueño, toda esperanza es un lastre: la comprensión de esta verdad es la verdadera revolución que han padecido muchos jóvenes en propia carne, a pesar de la intensiva propaganda de los intelectuales de mi generación a su favor.
Ahora es acción no controlada por los sistemas ideológicos y fluye libre, incontaminada. Ahora es orden no impuesto, al margen de toda institución y contrainstitución, diques que detienen la corriente incontrolable de la creatividad y de la inteligencia colectiva.
La liberación del objetivo produjo ligereza, libertad… pero aún no se había desprendido de todo el contenido de la conciencia. Burbujas aisladas afloraban aquí y allá en los márgenes de su historia. La conciencia de ser, las mantenía a flote en la corriente de la vida. Vislumbraba entre estos chispazos de luz, en un nivel más profundo, corrientes, remolinos, plegamientos oscuros que indicaban una cierta agitación interna de identificación con los contenidos del yo.
El objetivo tenía una parte técnica, de aprendizaje del oficio, ineludible, necesaria, pero nunca aceptó las condiciones que se le imponían por el stablishment surgido de la componenda del 78. Era necesario aprender el oficio y lo hizo hasta la extenuación. Luego, descubrió que no era suficiente para tener obtener un mínimo de reconocimiento profesional. Lo que le había destruido (se decía, aunque había más elementos) había sido no querer entrar en el juego sucio de los compadreos de los profesionales. Se negó a ser un profesional. Vivió como un anacoreta, un alquimista o sabio loco, lo que le hizo ser un escritor ausente de su tiempo, a la espera quizá de un descubridor de talentos, esa esperanza subsistía. Nadie renunciará a sus privilegios de casta una vez adquiridos en nombre de la revolución.
Hasta que enlazó, sin futuro como ellos, con los jóvenes de su época en plena degeneración del 78. Aunque llegó quizá demasiado poeta incorrupto para esa renovación. La depresión le había entregado a la muerte, a la radical revolución. Algo es mejor que nada pero él lo quería todo. Lloraba sin motivo, nada le importaba. La muerte le había arrasado por dentro quemando su pasado y produciendo una verdadera mutación. Quedó con alma de mendigo.
Ya no le valía cambiar unos sueños por otros. Todo sueño, toda esperanza es un lastre: la comprensión de esta verdad es la verdadera revolución que han padecido muchos jóvenes en propia carne, a pesar de la intensiva propaganda de los intelectuales de mi generación a su favor.
Ahora es acción no controlada por los sistemas ideológicos y fluye libre, incontaminada. Ahora es orden no impuesto, al margen de toda institución y contrainstitución, diques que detienen la corriente incontrolable de la creatividad y de la inteligencia colectiva.
La liberación del objetivo produjo ligereza, libertad… pero aún no se había desprendido de todo el contenido de la conciencia. Burbujas aisladas afloraban aquí y allá en los márgenes de su historia. La conciencia de ser, las mantenía a flote en la corriente de la vida. Vislumbraba entre estos chispazos de luz, en un nivel más profundo, corrientes, remolinos, plegamientos oscuros que indicaban una cierta agitación interna de identificación con los contenidos del yo.
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