En el segundo acercamiento tratas de explicarte y comunicar lo vivido como algo que te ha ocurrido, y esta es la manera de perderlo. A continuación comienzas a creerte alguien especial, con una misión que realizar. Muchos iluminados se quedan en eso. Al convertirse en maestros están de nuevo perdidos. Es un regreso al ego, que se ha vuelto más sutil pero sigue estando ahí.
Frecuenté el Centro de Información K de Madrid. Pasábamos vídeos, dialogábamos. Nos veo allí sentados, cocinando la olla sin atrevernos a entrar en aguas profundas, peligrosas. A mí no me interesaba demasiado la cosa de la iluminación en sí, sino los efectos que aquella podía tener en nuestras vidas, en las vidas de la gente. Si todo se quedaba en un día por semana de dedicación a la causa en medio de una vida cómoda, rutinaria y ociosa qué insignificancia para el que había vivido jugándose la vida por la transformación del hombre en la lucha política. Qué teníamos que decir nosotros a la gente que sufre, como gente que igualmente sufre no como iluminados que miran desde su incontaminada altura, eso era lo que me importaba. Pero no teníamos nada que decir que no hubiera dicho ya el maestro. Para satisfacer mi vanidad, no comprendida en su momento, dejé que me eligieran coordinador, aunque luego resultó que fue una solución de compromiso para contentar a las distintas facciones en juego. A mí que andaba como siempre solo y perdido. Era completamente absurda y ridícula, además de mezquina, aquella lucha entre grupos por el poder. A los pocos meses dejé a aquella gente totalmente defraudado. Lo que pasó allí solo lo entiendo ahora, muchos años después.
...
Si realmente lo vuestro es el poder por qué os mezcláis, pobres diablos, en las cosas sagradas del ahora. Destruye y mata allí donde la vida es muerte y destrucción, vence o sé vencido en el campo de batalla pero no ensucies la fuente de la vida.
...
Volví a mi consabido nihilismo, ahora fortalecido, por una nueva decepción, por un nuevo desengaño, un nuevo fracaso. Sin embargo, poco después me enfrasqué en una investigación que acabó convirtiéndose en una obsesión, en una rutina. Un estudio que me aisló por completo de la gente y del mundo y que llevó mi vida y la de mi familia a la más absoluta ruina. El objetivo lo merecía, pues había descubierto el proceso y la estructura de la energía y el modelo originario que la describía, modelo que era la base de todas las cosmovisiones antiguas, tradicionales e indígenas. O al menos eso creía. Aquella investigación me llevó veinte años. Veinte años tirados a la basura, a no ser que pudiera ver que la imagen que había construido era solo eso, una imagen, y que la imagen del mundo no es el mundo. Pero no lo veía.
Poco antes me había trasladado con mi familia de Madrid a Andalucía, huyendo de la mala suerte. Hubo desgracias reales y desgracias provocadas por mi ambición de conocimiento que me llevaron a una profunda depresión y a un encuentro con la muerte. Quizá el único valor de aquel descubrimiento fue aprender el lenguaje que ahora me permite expresar que el ahora es un incendio que quema todos los residuos del pasado, de todo conocimiento, y, por eso, al cabo de veinte años de estudio me encuentro con las manos vacías. Lo mismo que cuando comencé.
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Algo es mejor que nada
Ahora se daba cuenta de que la depresión durante estos últimos meses era el final de un proceso que había durado muchos años. Empezó en la Transición política, después del primer desengaño, cuando decidió convertirse en escritor. Tenía entonces veinticuatro años; ahora, sesenta. Ese largo y sostenido esfuerzo por llegar a convertirse en escritor y obtener reconocimiento y éxito había llevado su cerebro y su cuerpo al agotamiento físico y a la depresión.
El objetivo tenía una parte técnica, de aprendizaje del oficio, ineludible, necesaria, pero nunca aceptó las condiciones que se le imponían por el stablishment surgido de la componenda del 78. Era necesario aprender el oficio y lo hizo hasta la extenuación. Luego, descubrió que no era suficiente para tener obtener un mínimo de reconocimiento profesional. Lo que le había destruido (se decía, aunque había más elementos) había sido no querer entrar en el juego sucio de los compadreos de los profesionales. Se negó a ser un profesional. Vivió como un anacoreta, un alquimista o sabio loco, lo que le hizo ser un escritor ausente de su tiempo, a la espera quizá de un descubridor de talentos, esa esperanza subsistía. Nadie renunciará a sus privilegios de casta una vez adquiridos en nombre de la revolución.
Hasta que enlazó, sin futuro como ellos, con los jóvenes de su época en plena degeneración del 78. Aunque llegó quizá demasiado poeta incorrupto para esa renovación. La depresión le había entregado a la muerte, a la radical revolución. Algo es mejor que nada pero él lo quería todo. Lloraba sin motivo, nada le importaba. La muerte le había arrasado por dentro quemando su pasado y produciendo una verdadera mutación. Quedó con alma de mendigo.
Ya no le valía cambiar unos sueños por otros. Todo sueño, toda esperanza es un lastre: la comprensión de esta verdad es la verdadera revolución que han padecido muchos jóvenes en propia carne, a pesar de la intensiva propaganda de los intelectuales de mi generación a su favor.
Ahora es acción no controlada por los sistemas ideológicos y fluye libre, incontaminada. Ahora es orden no impuesto, al margen de toda institución y contrainstitución, diques que detienen la corriente incontrolable de la creatividad y de la inteligencia colectiva.
La liberación del objetivo produjo ligereza, libertad… pero aún no se había desprendido de todo el contenido de la conciencia. Burbujas aisladas afloraban aquí y allá en los márgenes de su historia. La conciencia de ser, las mantenía a flote en la corriente de la vida. Vislumbraba entre estos chispazos de luz, en un nivel más profundo, corrientes, remolinos, plegamientos oscuros que indicaban una cierta agitación interna de identificación con los contenidos del yo.
El objetivo tenía una parte técnica, de aprendizaje del oficio, ineludible, necesaria, pero nunca aceptó las condiciones que se le imponían por el stablishment surgido de la componenda del 78. Era necesario aprender el oficio y lo hizo hasta la extenuación. Luego, descubrió que no era suficiente para tener obtener un mínimo de reconocimiento profesional. Lo que le había destruido (se decía, aunque había más elementos) había sido no querer entrar en el juego sucio de los compadreos de los profesionales. Se negó a ser un profesional. Vivió como un anacoreta, un alquimista o sabio loco, lo que le hizo ser un escritor ausente de su tiempo, a la espera quizá de un descubridor de talentos, esa esperanza subsistía. Nadie renunciará a sus privilegios de casta una vez adquiridos en nombre de la revolución.
Hasta que enlazó, sin futuro como ellos, con los jóvenes de su época en plena degeneración del 78. Aunque llegó quizá demasiado poeta incorrupto para esa renovación. La depresión le había entregado a la muerte, a la radical revolución. Algo es mejor que nada pero él lo quería todo. Lloraba sin motivo, nada le importaba. La muerte le había arrasado por dentro quemando su pasado y produciendo una verdadera mutación. Quedó con alma de mendigo.
Ya no le valía cambiar unos sueños por otros. Todo sueño, toda esperanza es un lastre: la comprensión de esta verdad es la verdadera revolución que han padecido muchos jóvenes en propia carne, a pesar de la intensiva propaganda de los intelectuales de mi generación a su favor.
Ahora es acción no controlada por los sistemas ideológicos y fluye libre, incontaminada. Ahora es orden no impuesto, al margen de toda institución y contrainstitución, diques que detienen la corriente incontrolable de la creatividad y de la inteligencia colectiva.
La liberación del objetivo produjo ligereza, libertad… pero aún no se había desprendido de todo el contenido de la conciencia. Burbujas aisladas afloraban aquí y allá en los márgenes de su historia. La conciencia de ser, las mantenía a flote en la corriente de la vida. Vislumbraba entre estos chispazos de luz, en un nivel más profundo, corrientes, remolinos, plegamientos oscuros que indicaban una cierta agitación interna de identificación con los contenidos del yo.
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