No basta con vivir el ahora, ni con saber que el ahora es todo lo que existe, es preciso comprenderlo y explicarlo. No pretendo desarrollar una nueva teoría sobre la Vida, el Universo o el Todo. Dejo eso para los que dicen que saben, los especialistas, profesores, filósofos, maestros, iluminados. Soy solo un poeta que, con toda sencillez, les invita a iniciar una investigación sobre el movimiento que, revolución completamente distinta a todas las conocidas, comienza con el darse cuenta de la importancia que tiene el comprender el ahora.

Introducción

Leía con pasión aquel libro porque hablaba de mí, de mis problemas, de mis conflictos, de mis sufrimientos… de pronto me detuve en una frase, una pregunta. La pregunta quedó flotando en el instante, en el límite mismo, frente al abismo del ahora. Todo mi ser quedó suspendido de aquella pregunta que no tenía respuesta. La pregunta se refería no sólo a una parte de mí sino que involucraba todo lo en aquel momento era, a todo mi pasado, mi presente, mi futuro.
Miré a través de la ventana, un amplio horizonte se abría más allá de la ciudad. Al fondo, el cielo nocturno estaba cargado de nubes eléctricas. Volví a plantearme la pregunta sin oponerme a ella… en ese mismo instante un rayo abrió en dos la noche penetrando de lo profundo a lo profundo … el relámpago exterior coincidió con el interior o el exterior se hundió en mí arrasando la pregunta:


¿quién controla al que controla?


Su luz se disolvió en el fondo borrando toda ansiedad, toda duda. No había respuesta verbal, la respuesta surgía de la pregunta como un hecho, como una vivencia, sin tiempo. No había un quien, solo ese fondo vacío.  
Me levanté asombrado, algo aturdido, quizá asustado. Algo había pasado aunque no supiera exactamente qué. Todo el conflicto, ansiedad y sufrimiento acumulados durante tantos años se habían disuelto como el rayo en aquel fondo vacío.
Salí de la habitación, crucé el comedor hasta el balcón. El mundo era el mismo pero había cambiado. Recuerdo la sensación de libertad en un espacio que nunca había percibido, un espacio lleno de armonía entre los majestuosos edificios. La fealdad de la ciudad había desaparecido. Interiormente sentía paz infinita y euforia, alegría inmotivada y esta paz, esta alegría se extendía por el espacio sin distiguir entre dentro y fuera. Sin más pensamientos que los necesarios para poder moverme por el piso sin perderme o encender un cigarrillo, el silencio era el fondo de todo sonido y ese fondo escuchaba, veía, sentía lo que me rodeaba. No había sensación del paso del tiempo, un movimiento atemporal que abrazaba el ahora era todo lo que existía. No me importaba lo que había sido en el pasado ni lo que sería en el futuro. 


Solo existía el ahora. No había temor.

No estaba asustado, todo lo contrario, pero ¿cómo contar a mis compañeras de piso lo que me había ocurrido? Qué era exactamente lo que podía contar: porque lo extraordinario no era la sensación de paz y armonía, que vivía como algo completamente normal, y sentía, por decirlo así, como el estado natural del ser, no como un recuerdo sino como algo vivo y ocultado que siempre había estado ahí aunque no me hubiera dado cuenta… lo extraordinario era cómo se había producido. Y eso no tenía explicación y, por tanto, no podía ser contado o yo no sabía cómo hacerlo.
Lo mantuve en secreto incluso para mi compañera. Quizá intenté balbucear algunas palabras, solo recuerdo que me entregué con todo mi cuerpo, mi ser, a ella
cuando llegó del trabajo. Sentí que era la única manera de comunicarlo.

Al día siguiente me levanté con la inquietud de que aquello hubiera desaparecido. Sin embargo, seguía ahí y ahí siguió durante algún tiempo. No recuerdo cuanto. Lo que sí recuerdo es que aquello afectó profundamente a mi vida. Dejó de preocuparme la búsqueda permanente de satisfacción y placer, dejó de interesarme la búsqueda compulsiva de conocimiento, dejó de interesarme el llegar a ser distinto de lo que era. De alguna manera aquello era la certeza de ser completamente, no había necesidad de lograr algo distinto. Toda idea de realización personal desapareció integrándose sin esfuerzo en la vida cotidiana. Empecé a cuidar la alimentación, el cuerpo, sin necesidad de esforzarme en ello. Era como el resultado natural de aquella felicidad no buscada.

Con el tiempo quise saber qué me había ocurrido. Quizá ese fue el comienzo de la degradación de la vivencia o quizá ocurrió al contrario: el hecho de que fuera disminuyendo me llevó a buscar la manera de repetirla, acrecentarla. Comencé a buscar de manera cada vez más compulsiva. Leí a Krishnamurti, a Alan Watts, a Aldous Huxley,
a Salvador Pániker, a Juan de la Cruz, a los primitivos maestros del Tao, del Chan, del Zen… La búsqueda, el deseo de ser distinto a lo que era, volvió de forma paulatina, casi sin darme cuenta. Otra vez huyendo de mí mismo.

Pero ¿quién era el que huía y hacia dónde? ¿Cómo es posible huir del ahora? ¿Por qué desapareció, si es que desapareció. o simplemente fue tapada por nuevos conocimientos, conflictos, ansiedades, imágenes, pensamientos? Aquella liberación producida por el rayo de la atención pudo ser solo sensación, solo el alivio que se produce al terminar un sufrimiento profundo, un intervalo entre dos estados de sufrimiento o mi estado natural. No lo sabía. De nada valía que recordara si hubo un antes, ni cómo era yo cuando niño, antes de que todo este sufrimiento que yo era hubiera empezado.

Hubo nuevos acercamientos a eso después. Ahora que lo estoy contando puedo ver que cada nuevo acercamiento no significó una evolución, sino una profundización... ni siquiera una profundización… es… es más bien un movimiento abarcador, comprehensivo, sin relación alguna con el tiempo, en el instante.

Con el tiempo volví a vivir en un estado de ansiedad y sufrimiento. Ocurrieron algunas desgracias objetivas, nada que yo inventase, pero gran parte de esas desgracias eran producidas por la manera en que las afrontaba y vivía. Caí en una depresión que me llevó al aislamiento, a la impotencia y a un deseo permanente de muerte.
Toda mi vida había ido de decepción en decepción. Pero solo puede haber decepción cuando hay expectativas, cuando se espera un resultado o la continuidad de algo. Para no caer en esa continua decepción uno deja de esperar nada, de querer nada... y entonces cae en una depresión.
Tras muchos fracasos uno deja de luchar. Quizá se consuele con la idea de que por lo menos lo ha intentado. O deja de luchar, definitivamente . Deja de luchar no interiormente, a causa de la comprensión de la futilidad de la lucha, sino exteriormente. Este exterior puede abarcar también la superficie de la conciencia. Hay por tanto dejación, ausencia de lucha en lo exterior, en la mente superficial, aunque en lo interior profundo esa lucha continúa alimentando la esperanza. De ahí que la decepción suceda una y otra vez, se regenera.


¿Puede esa lucha y la esperanza que la alienta terminar completamente? No es que me hiciera por entonces esta pregunta. Me mantenía gracias a esa ilusión subterránea que de vez en cuando afloraba de múltiples maneras, a pesar de que no creía en ella. No conocía otra manera de vivir.
No me refiero, por supuesto, a la lucha legítima por cambiar las condiciones de vida, lograr lo necesario para tener una vida digna, sino a esa otra que se entremezcla con aquella hasta parecer una sola: me refiero a la continua lucha por ser mejor, distinto a los que se es, autorrealizarse, tener más, mejor posición, más prestigio, más de esto o aquello, sea esto o aquello algo material, psicológico o espiritual. ¿Puede esa lucha terminar? Porque si no termina estamos condenados a caer una y otra vez en la decepción y la vida se convierte en un continuo o intermitente sufrimiento.

Había perdido la pasión por vivir una vida sencilla, sin apegos ni propósitos, sin ayer ni mañana y me había lanzado a la aventura de construir una imagen verdadera de mí mismo y del mundo y ahora solo tenía cenizas en las manos.

Un día, un fuerte dolor en el costado me llevó a urgencias. El dolor físico dejó el sufrimiento emocional y psíquico en un segundo plano. Cuando el dolor es muy intenso no hay temor. Se trataba de un cólico nefrítico con infección e inflamación del riñon que me tuvo siete días ingresado en el hospital. Una tarde, aún no habían venido a visitarme mi compañera ni mis hijos, la puerta de la habitación se abrió y asomó una cabecita risueña que no conocía. Prefiero no hablar de ella, solamente de lo que me trajo G.: una botella de aceite ecológico de mi amigo Manuel y un nuevo acercamiento a aquello que yacía enterrado en el fondo de mi ser, una nueva revolución, la que ha originado estos escritos. Yo solo dije: no me conformo con sucedáneos, pero ella estaba allí, con su esperanza y su misterio, hablando de la Gran Obra Maestra que la Vida era. Fue su misterio, no su esperanza, el que avivó la llama que yacía sepultada en lo profundo desde aquella liberación primera.

Volví a K
(Krishnamurti), al que no leía desde hacía años, no en busca de la verdad sino de la herramienta que me permitiera desescombrar mi conciencia. La herramienta afinó los sentidos, ordenó la mente. Yo era mi conciencia y mi conciencia era todo el contenido, mi pasado y la proyección de este pasado en el futuro. Aquello volvió con cierta particular intensidad, quizá porque ya no me importaba perderlo todo, quizá porque ya estaba perdido y por eso ahora es posible.

Narro estos acontecimientos de mi vida no porque sean importantes en sí, ni porque sean relevantes para el que los cuenta, ni porque quiera demostrar nada a nadie, nunca antes había hablado de esto en público, quizá solo pretendar devolver a la vida lo que esta me dio.

No basta con vivir el ahora, ni con saber que el ahora es todo lo que existe, es preciso comprenderlo y decirlo. No pretendo desarrollar una nueva teoría sobre la Vida, el Universo o el Todo. Dejo eso para lo que dicen que saben, los especialistas, profesores, filósofos, maestros, iluminados. Ni siquiera voy a contar mis experiencias, simplemente les invito a iniciar conmigo una investigación sobre el movimiento, completamente distinto a todo lo conocido, que se inicia a partir de esa revolución por la cual empiezas a darte cuenta de la importancia que tiene comprender el ahora. Si solo es posible vivir en el presente, lo cual parece lógico y coherente, resulta de suma importancia comprender qué no es y qué es el ahora.
Si hemos comprendido que somos el pasado y este pasado hace que nuestras vidas sean un continuo e insignificante girar y girar del conflicto al sufrimiento, quizá si tenemos suerte gozaremos de pasajeros momentos de felicidad... por qué no cambiar. Por qué no investigar si es posible vivir de otro modo.

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